
La Leyenda del Guardián del Sofá

Cuentan los antiguos —esos que hablan poco pero saben mucho— que en un rincón del reino cotidiano, donde los routers zumban como grillos mágicos y los móviles descansan sobre almohadas de carga, vivía un hombre llamado Vicente. No era un guerrero, ni un mago, ni un sabio con túnica; pero era técnico informático en una gran casa llamada Mercadona, y eso le daba un don único: el conocimiento de lo invisible.
Conocía los secretos de los dispositivos, el susurro de una batería muriendo, los espíritus que habitan en las pantallas azules. Pero más allá de los cables y las incidencias, guardaba un secreto aún más poderoso: la misión sagrada de proteger a su amada Chelo de los peligros que acechan… en el sofá.
Sí, el sofá. Ese monstruo mullido disfrazado de comodidad.
Chelo, dulce viajera de sueños y coleccionista de suspiros, solía quedarse dormida en él, envuelta en la tibieza de las series, mientras el mundo callaba. Pero Vicente, con ojos de centinela y alma inquieta, no lo permitía.
“Amor,” decía con voz grave, como si hablara con los vientos del tiempo, “el sofá es un portal traicionero. No está hecho para velar tus sueños. Su respaldo guarda tensiones antiguas. Su estructura es asimétrica, y la energía vital no fluye bien entre sus cojines.”
Y si ella protestaba con dulzura —“Déjame aquí, solo por esta noche…”— él se inclinaba como un druida en trance y decía:
“Ni una noche, ni una siesta. Porque cada minuto que duermes en el sofá, pierdes un fragmento de tu equilibrio. Tus cervicales se retuercen en silencio, y los dioses de la ergonomía lloran.”
Chelo se reía, pero en el fondo sabía que Vicente no era un loco: era el Guardián del Sofá.
Aquel que vela por los huesos, las articulaciones y la armonía postural.
Aquel que cree que un buen descanso no es capricho, sino rito sagrado.
Y así, noche tras noche, él la tomaba en brazos —o al menos le tendía la mano como un caballero del siglo XXI— y la guiaba al lecho verdadero.
A ese lugar donde los sueños fluyen sin contracturas, y donde el amor se cultiva entre sábanas limpias y almohadas bien alineadas.
Desde entonces, el sofá duerme solo.
Y Vicente, aún sin capa, sigue siendo un héroe.